Contracuento

Tarde otra vez.

Entre desayuno y arreglar mis cosas jamás noté el botón que faltaba en mi blusa. Quizás fue lo primero que viste, tal vez eso llamó la atención e hizo que quitaras de tu rostro ese rizo oscuro que te impedía ver mi sostén. Después subiste lento por mi pecho sin detenerte hasta llegar a mi boca, pasarla y clavarte en mis ojos.

Pudieron ser veinte mil o solo cinco personas, eso no impedía que tu mirada se anclara a cada una de mis pestañas y en el café claro de mis sombras. Y lo supe en ese instante: mis amigas me odiarían por tener un amigo como tú, yo soñaría en cada silencio con que me robaras un beso y me pidieras que fuera tu novia. Tendríamos sexo entre copas para animarme según tú, para calmar mis ansias según yo.

Viviríamos juntos unos meses, soportarías mis reuniones de ex compañeras con tu hermosa sonrisa, las ayudarías a mudarse y llorarías con alguna... ellas me odiarían aún más mas por tenerte a mi lado, mientras yo te vería con los ojos llenos de ternura y sabría lo que ninguna, que las odias y si pudieras las matarías. Me llevarías a los bares con tus chiles, beberíamos y bailaríamos como poseídos sin que nos importara nadie.

Cogeríamos por toda la casa y a todas horas, hasta que un día, estando dentro y abajo de mí, me pedirías que fuera tu esposa entre suspiros y con mi cuerpo abandonado a tu existencia. Yo aceptaría, lloraria y te besaría. Sería una boda linda, en un lugar abierto y privado, una novia de invierno con un apuesto galán de rizos rebeldes, la mujer más afortunada llena de ramos y sueños.

Tendríamos algunos hijos, los veríamos crecer tomados de las manos. Envejeceríamos juntos, soñaríamos y oleríamos a pasto seco todos los días.

Pero cuando me di cuenta, me estaba cojiendo al padrino de tu boda con la pendeja de tu vecina.